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Desarrollo urbano, ¿sostenible?

econoNuestra, publicado en Público.es el 30 de noviembre de 2016

Hoy en día, más de dos tercios de la población europea vive en zonas urbanas. Las ciudades, en su sentido amplio, son lugares donde surgen problemas y se encuentran soluciones.

Son un terreno fértil para la ciencia y la tecnología, para la cultura y la innovación, para la creatividad individual y colectiva, y también para mitigar el impacto del cambio climático. Las ciudades son también lugares donde se concentran problemas como el desempleo, la segregación y la pobreza.

Estamos plenamente inmersos en la confluencia de cuatro macroprocesos: globalización y mundialización de la economía, informacionalización, intensificación de la difusión urbana y crisis económica y social generalizada. Procesos íntimamente interrelacionados y que parecen llevar a las ciudades hacia su desaparición como forma de organización social, expresión cultural y gestión política.

Muy al contrario, esos procesos hacen más patente la necesidad de renovar el papel específico de las ciudades y de los ámbitos urbanos en un mundo de relaciones dinámicas y creativas entre el local y el global.

La clave de la superación de los efectos de la mundialización de la economía y de la crisis en la que nos encontramos inmersos (desigualdad y pobreza sistémica) será la articulación, la cohesión y la potenciación de lo local en un entorno abierto y global.

Es notorio y perceptible que el proceso de urbanización que está en desarrollo no tiene precedentes. Un proceso de tales proporciones, como lo que estamos viviendo, extraordinariamente dinámico y con crecimientos exponenciales, constituye un formidable desafío ante los problemas de índole social, infraestructural y ambiental que trae asociados.

Los espacios urbanos son los nodos que articulan y organizan la economía mundial, con un papel de liderazgo creciente. Sin el compromiso de las ciudades, los principios del desarrollo sostenible y el mantenimiento de los niveles de bienestar y de calidad de vida en el planeta son inviables. Por ello, organizar las ciudades del siglo XXI es una de las grandes cuestiones, no ya de nuestro Estado, ni de la Europa que conocemos, sino de la humanidad.

Hoy en día, en la economía mundial la competencia no se produce tanto entre países; compiten en mayor medida las ciudades y las regiones, ya que son estos los escenarios territoriales que atesoran mayor capacidad para acercar ventajas competitivas a las empresas y que tienen la posibilidad de ofertar un marco estable de calidad de vida a los ciudadanos. Además, se trata y no casualmente, de los entornos espaciales donde existe, objetivamente, mayor debilidad política y ausencia de visiones integradoras de modelos de desarrollo.

Esta tercera revolución, la informacional, configura o caracteriza una nueva sociedad asentada y fundamentada en un nuevo concepto de la movilidad del individuo, su independencia y la flexibilidad de las relaciones sociales.

Todo eso se plasma en el marco de áreas y regiones urbanas que se configuran como la escala adecuada de respuesta a las necesidades de esta sociedad: educación, comunicaciones, comercio, sanidad, ocio, cultura, etc.

Lo realmente trascendente es comprender y asumir que estas áreas y regiones urbanas serán el resultado de la organización funcional de los servicios que sean capaces de articular y prestar sosteniblemente. Esta cuestión es clave para afrontar el futuro: asumir y acertar con la escala idónea que debemos gestionar. Dotar a nuestras áreas y regiones funcionales de la masa crítica mínima que haga posible que nuestra estrategia de desarrollo sea viable. Es muy cierto que la supervivencia y desarrollo de las ciudades en la edad de la globalización y la nueva economía hacen que pervivan y se agudicen los viejos problemas urbanos (agua, salud, residuos, saneamiento, transporte, vivienda, etc.), pero también genera otros nuevos, sobre todo los relacionados con el medio ambiente, la cohesión social, la brecha digital o la movilidad sostenible.

La transformación territorial más profunda que se está produciendo en el inicio del siglo XXI está asociada al surgir de una ciudad contemporánea dispersa, polinuclear, de escala regional y complejidad desconocida hasta el momento.

En Europa ya se percibe con nitidez un debilitamiento de las tradicionales fuerzas centrípetas asociadas a las economías de aglomeración: muchas actividades urbanas salen fuera de los límites tradicionales de la “ciudad”. Aparecen así entornos metropolitanos o “regionales” menos densos, más difusos y con necesidad de interconexión física y telemática. En este contexto, Europa comienza a apostar firmemente por el policentrismo tanto la escala continental, como la escala regional y de área metropolitana.

Como consecuencia lógica y obvia de todo eso, es inevitable que se imponga, por tanto, un cambio en los parámetros, en las formas, en el estilo de la política local. Ante una nueva dimensión geo-territorial, con altas implicaciones sociales, los esquemas de gobierno del siglo XX ya no son ni eficaces ni eficientes. Los gobiernos locales deben impulsar la sociedad civil sobre la base de un trabajo en red, participativo e interactivo. Se trata de un cambio de paradigma: de la gestión de competencias al liderazgo del desarrollo social, económico, político, etc. y eso sobre ámbitos territoriales hasta ahora inimaginables y con una extraordinaria carga de cooperación y coordinación interinstitucional que supere los actuales encorsetamientos competenciales.

Las ciudades adquieren cada día un mayor protagonismo tanto en la vida política cómo económica, social, cultural y mediática. La ciudad se conforma como actor de su propio destino en la medida que realiza una articulación entre administraciones públicas, agentes económicos públicos y privados, organizaciones sociales y cívicas, sectores intelectuales y profesionales y medios de comunicación social. Las ciudades han de ser innovadoras y contemplar e incorporar componentes de excelencia. Ciudades innovadoras son aquellas que están enfocando con coherencia los retos de la globalización y los riesgos que genera; aquellas capaces de encontrar un equilibrio entre los aspectos de competitividad, cohesión y desarrollo social y sostenibilidad ambiental y cultural. Componentes de excelencia son elementos urbanos que presentan un nivel de atractivo y éxito notorio (zonas residenciales, cascos históricos, parques de actividades económicas, anillos verdes, parques urbanos, corredores verdes, plataformas logísticas, etc.).

Sobre la base de estos principios, sus objetivos específicos incluyen: la contribución para frenar el proceso del cambio climático, la sostenibilidad en los sistemas de transporte, la adopción de patrones de producción y consumo sostenible, la mejora en la gestión y la prevención de la sobreexplotación de los recursos naturales, la protección y mejora de la salud pública, la solidaridad intergeneracional, la seguridad y el incremento de la calidad de vida de los ciudadanos y en general el desarrollo sostenible global y el cumplimiento de sus mandatos internacionales.

Dice el Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas que atesoramos la mayor eclosión de Estrategias de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado de la historia. No es que lo crea mucho o poco. Es que no lo creo en modo alguno y me pregunto, ¿de verdad, nuestros Alcaldes y Alcaldesas, asumirán estos retos? Lo iremos viendo y, en la medida de lo posible, lo iremos comentando.

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