Los acontecimientos de estos últimos meses, especialmente aquellos vinculados con la economía, siguen ritmos tan trepidantes que es difícil mantener una cierta perspectiva. Se nos dice que los gobiernos adoptan consecutivamente medidas obligados por los mercados; esos que cada día ven peor nuestra situación y rebajan nuestras calificaciones de solvencia y riesgo. Será preciso – algún día – considerar la fiabilidad de esas agencias de calificación, firmas auditoras y organismos internacionales que han cometido graves errores de diagnóstico, pronóstico y tratamiento en el pasado reciente: Enron, Goldman Sachs, auditoria interna del FMI, etc.
Es factible preguntarse si el poder omnímodo que parecen tener estos mercados sobre el país, no tiene sus raíces en una estrategia de política económica adoptada hace ya muchos años y cuyos errores ha evidenciado esta crisis. Si nos remontamos treinta años atrás podríamos fijar el momento en el que se inició una política económica de carácter neoliberal, uno de cuyos principales componentes lo constituía el rechazo a la participación del Estado en la economía; lo que junto al repudio a toda política industrial, el entusiasmo liberalizador y privatizador, la libertad sin trabas a la reestructuración de los grandes capitales europeos y la bienvenida, sin condiciones, a los capitales multinacionales supuso nuestra subordinación a los planes de conjunto (europeos o mundiales) y el cierre de multitud de empresas en pocos años. Estas políticas han constituido la base permanente de las estrategias de los sucesivos gobiernos y han dado lugar a que en los años 2000 los sectores que sostenían la economía española fueran la construcción, el automóvil y un turismo «de terraza».
No nos engañemos: los problemas de fondo de España no consisten sólo en una alta deuda financiera, privada, que han conseguido convertir en pública (para mayor escarnio) y que está dando lugar a la dura actitud de los mercados financieros. También a la falta de confianza en las posibilidades de nuestra economía real, su competitividad, y sus posibilidades de crecimiento y de absorción de la población activa. ¿Qué sectores productivos tienen ahora la posibilidad de incorporar a cuatro millones de trabajadores?. Este es el problema esencial para lograr una economía saneada y unas formas de vida dignas para nuestra población.
Subyace, por tanto, la debilidad estructural del sistema productivo del país. Ya he mencionado alguna vez que llama la atención el entusiasmo de los poderes económicos por las recientes medidas de ajuste. Parece que los beneficios empresariales de una rebaja salarial y una mayor flexibilización del mercado de trabajo son mayores que las pérdidas que infligirán unas medidas que implican una menor tasa de crecimiento económico y un paro mayor. ¿Quién nos puede asegurar que estas medidas contribuirán a paliar la deuda del país, aumentar la inversión, mejorar la competitividad y absorber el paro, en vez de dedicarse sólo a engrosar los beneficios empresariales?.
España ha sido uno de los más fieles seguidores de las recomendaciones de instituciones como la OCDE y la Comisión Europea. Un país donde la liberalización, la desregulación y la privatización, además de la austeridad laboral, han avanzado sin pausa. El resultado, sin mucha posibilidad de discusión, y a riesgo de que me llamen pesimista es este: casi cinco millones de parados y un Estado al borde del abismo de la quiebra. Es hora de que alguien se decida a seguir una estrategia centrada en el país, que se ocupe de conformar una potente estructura productiva propia del siglo XXI, tanto en la agricultura como en la industria y los servicios, que es donde se produce la riqueza real. ¿De verdad nos hemos dedicado a invertir en nuestro futuro y a preparar a nuestros hijos para lo que nos acecha en este nuevo siglo?. La respuesta tiene que ser contundente (Informe PISA): ¡ No !.
Es el momento de un gran pacto social y político por un cambio profundo de nuestro modelo económico. Es el momento de combinar flexibilidad y adaptabilidad de la estructura productiva con regulación y cierta intervención en los mercados. Es el momento de fijar los parámetros de una nueva economía, la economía sostenible. Porque, …. no hay vientos favorables para quién no sabe a dónde va.
A Coruña, 21 de marzo de 2011