“La idea de que el mercado es eficiente y un motor de competitividad es absolutamente errónea”, decía Joseph E. Stiglitz.
Publicado en Mundiario el 31 de enero de 2024.
La desigualdad económica es, permítaseme una gran simplificación, la diferencia en los ingresos, la riqueza o el bienestar existente entre las personas o los grupos de una sociedad. Es una realidad que, de una u otra forma, afecta directamente, en su versión más negativa, a varios miles de millones de personas en todo el mundo. Del informe “Desigualdad S.A.” elaborado por la organización Oxfam Intermón, publicado en enero de 2024, se extraen datos muy contundentes: el 1,1% de la población mundial posee el 45,8% de la riqueza total del planeta. El 12,9% de la población mundial atesora el 85,2% de la riqueza mundial, mientras que el 86,9% restante se reparte o simplemente sobrevive, con el 14,8%.
Según Naciones Unidas, la brecha preexistente se ha acentuado aún más con la pandemia de la COVID-19, que, ha golpeado con más fuerza a los sectores más vulnerables de la sociedad, aumentando la pobreza, el hambre, la exclusión y la violencia.
El desigual reparto de la riqueza en el mundo no tiene únicamente consecuencias negativas para las personas con menos recursos, lo que ya sería gravísimo, porque afecta a 7.000 millones de personas, sino también para el conjunto del planeta. El preocupante panorama significa que más del 20% de la población global, alrededor de 1.600 millones de ciudadanos, actualmente viven con menos de 3,65 dólares por día, por lo que luchan por conseguir alimentos a diario (datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo – PNUD)
Algunos de los problemas que genera este desigual y brutal reparto son los siguientes:
Injusticia social: la desigualdad económica implica una profundización en la falta de oportunidades y de acceso a los derechos humanos y recursos básicos, como la educación, la salud, la alimentación, el agua, la vivienda, la seguridad y la participación política. Se trata de la generación de un flujo permanente de frustración, resentimiento y conflictos entre los grupos sociales, así como una pérdida de confianza en las instituciones y en la democracia. En negro sobre blanco, el 1,1% de la población mundial, los ricos más ricos, hacen que, con el actual estado de cosas, tardemos 250 años en eliminar el hambre en el planeta Tierra.
Inestabilidad económica: la desigualdad económica limita el consumo, la inversión y la innovación de la mayoría de la población. Por lo tanto, provocará bloqueos y reducciones en el crecimiento económico. Además, favorece la concentración de poder y de recursos en manos de unos pocos, lo que aumenta los riesgos de fraude y corrupción, de evasión fiscal, al tiempo que consolida posiciones peligrosamente monopolísticas (Amazon, Google, Microsoft). Señala CaixaBank Research, en unos de sus informes periódicos, que la desigualdad económica abre camino a crisis financieras cíclicas. Al respecto, las cifras de EE.UU. hablan por sí solas. Entre 1984 y 2007, la fracción de la renta correspondiente al 1% de la población con mayores ingresos transitó del 8,9% al 18,3% y, paralelamente, la deuda total de las familias pasó del 58,3% de la renta al 123,1%. Mientras tanto, la renta de la familia mediana había aumentado solo un 17,9% (un crecimiento anual promedio del 0,7% que contrasta con el crecimiento del 1,8% del PIB por familia). El siguiente paso que dio la economía es bien conocido: la mayor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión de los años treinta.
Deterioro ambiental: la desigualdad económica implica una sobreexplotación de los recursos naturales y una mayor emisión de gases de efecto invernadero por parte de los países y las personas más ricas, lo que contribuye al cambio climático y a la pérdida de biodiversidad. Al mismo tiempo, la desigualdad económica dificulta la adopción de medidas y acuerdos globales para proteger el medio ambiente y garantizar una transición ecológica y justa. Nuevamente en negro sobre blanco, el 1,1% de la población mundial, los ricos más ricos, hacen que, con el actual estado de cosas, se cuestione la viabilidad del planeta en términos ecológicos. Ese 1,1% y sus grandes grupos empresariales son, sin duda alguna, los responsables de la reacción climática adversa de nuestro planeta Tierra.
Amenaza la democracia: la desigualdad económica se ha convertido en la enfermedad social de nuestro tiempo. Las diferencias en la distribución de la renta y de la riqueza dentro de nuestros países alcanzan niveles similares a los del periodo de entreguerras del siglo pasado. Estamos viviendo una segunda “Gilded Age”, una nueva época “chapada en oro” en la que creación de riqueza y desigualdad van de la mano. La desigualdad económica debilita la influencia de los votos de los que tienen pocos recursos económicos y reduce la igualdad política, genera polarización, inestabilidad social, inseguridad ciudadana, aflora racismo, xenofobia. El escenario ideal de plutócratas y ultraderechistas, antidemócratas ambos.
¿CÓMO SE PUEDE REDUCIR LA DESIGUALDAD ECONÓMICA?
Ante este panorama, es necesario tomar medidas urgentes y coordinadas para reducir la desigualdad económica y sus efectos negativos. Se trata de un objetivo importante para lograr un desarrollo sostenible, justo y equitativo. Algunas de las propuestas que se plantean son las siguientes:
Distribuir equitativamente los recursos: implica garantizar que todas las personas tengan acceso a los servicios públicos y recursos básicos, como la educación, la salud, la protección social, alimentos, el agua y la energía. También implica establecer una fiscalidad progresiva y solidaria, que haga que los que atesoran patrimonios milmillonarios paguen más impuestos y que estos se destinen a financiar el bienestar social y la cooperación al desarrollo.
Impulsar una fiscalidad progresiva y solidaria: se trata de establecer impuestos directos más progresivos sobre ingresos, ganancias, herencias y las fortunas de las personas y las empresas más ricas, así como combatir el fraude y la evasión fiscal, y destinar esos recursos a financiar políticas públicas de bienestar social, como la sanidad, la educación, la protección social y la cooperación al desarrollo. En julio de 2021, 131 países firmaron un acuerdo para reformar el sistema fiscal internacional para que grandes multinacionales empezaran por fin a pagar su parte justa de impuestos. El acuerdo fue alcanzado por los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y establece un tipo mínimo del 15% para el impuesto de sociedades a nivel global para las empresas. La declaración sobre fiscalidad ha sido firmada por países que representan el 90% del producto interior bruto (PIB) a nivel mundial. La implementación efectiva de esta fiscalidad internacional no se dará hasta 2023. Estamos en 2024, ¿qué ha pasado con ello? ¿un mero gesto? ¿un brindis al sol?
Promover la inclusión social y política: implica eliminar las barreras y la discriminación que sufren los grupos vulnerables, marginados o racializados, como las personas con discapacidad, los pueblos indígenas, los migrantes y los refugiados. También implica fomentar la participación y la representación de todas las personas en los procesos de toma de decisiones que les afectan, y garantizar el respeto a los derechos humanos y el estado de derecho.
Promover una economía social y solidaria: se trata de fomentar modelos económicos alternativos, basados en la cooperación, la participación, la igualdad, la sostenibilidad y el bien común, como las cooperativas, las empresas sociales, la economía circular, la economía feminista, la economía del cuidado y la economía colaborativa. La Economía Social y Solidaria (ESS) es una teoría económica alternativa al capitalismo que se enfoca en la equidad, la justicia, la fraternidad económica, la solidaridad social, el compromiso con el entorno y la democracia directa. La ESS surge como una solución contra la desigualdad que el sistema genera y propone prácticas alternativas al sistema económico actual mediante la aplicación de valores universales. La ESS pone en el centro de la economía el bienestar de las personas, situando los recursos, la riqueza, la producción y el consumo como meros medios para alcanzar tal fin.
El concepto de ESS abarca una diversidad de experiencias prácticas que pretenden dar respuesta a los graves problemas de desigualdad que el sistema genera y que han ido tejiendo una red de iniciativas que, juntas, constituyen otra visión de la economía.
Aunque no hay una lista exhaustiva de economistas que apoyan la ESS, algunos de los economistas más destacados que han hablado sobre la ESS incluyen a Joseph Stiglitz, Amartya Sen, Elinor Ostrom y Muhammad Yunus
Garantizar una distribución equitativa de los beneficios de la digitalización y la automatización: se trata de asegurar que los avances tecnológicos no aumenten la brecha entre los que tienen acceso a ellos y los que no, y que no supongan una pérdida de empleo y de derechos laborales para los trabajadores y las trabajadoras. Para ello, se propone regular el sector digital, proteger la privacidad y los datos personales, democratizar el conocimiento y la innovación.
Fomentar la cooperación internacional: implica apoyar a los países más pobres y en desarrollo, mediante la ayuda oficial al desarrollo, el comercio justo, la cancelación de la deuda externa y la transferencia de tecnología. También implica impulsar acuerdos y normas globales que regulen los sistemas financieros, comerciales y ambientales, y que promuevan la solidaridad y la responsabilidad compartida.
¿CUÁL ES EL PAPEL DE LAS EMPRESAS EN LA REDUCCIÓN DE LA DESIGUALDAD ECONÓMICA?
Llegados a este punto, cabe preguntarse, ¿en qué tipo de sistema vivimos? Parece que el capitalismo de libre mercado es imperante (por no decir que único) en el mundo. Bien, perfecto. ¿Cuál es rol de la empresa en este sistema? ¿únicamente generar plusvalor y transferirlo a la propiedad? No vale decir que el “estado” es el enemigo, estorba y es preciso reducirlo a su mínima expresión y no recordar nunca ni el rol de la empresa, ni su responsabilidad social.
El papel de las empresas en la reducción de la desigualdad económica es importante, ya que pueden contribuir a generar un crecimiento inclusivo, que beneficie a la mayor parte de la sociedad y no solo a unos pocos, o, todo lo contrario. Algunas de las formas en que las empresas pueden reducir la desigualdad económica son:
Crear empleo de calidad: las empresas pueden ofrecer a sus trabajadores y trabajadoras condiciones laborales dignas, salarios justos, seguridad social, formación continua y oportunidades de desarrollo profesional. Así, pueden mejorar el nivel de vida de sus empleados y empleadas, y reducir la brecha salarial entre géneros y grupos sociales.
Invertir en innovación social: las empresas pueden desarrollar productos, servicios o procesos que resuelvan problemas sociales o ambientales, y que atiendan las necesidades de las personas más vulnerables o excluidas. Así, pueden crear valor social y ambiental, y generar impacto positivo en la sociedad.
Aplicar criterios de responsabilidad social corporativa: las empresas pueden integrar en su estrategia y gestión los principios de ética, transparencia, respeto a los derechos humanos, protección del medio ambiente y diálogo con los grupos de interés. Así, pueden minimizar los riesgos y maximizar los beneficios de su actividad empresarial, y rendir cuentas de su desempeño social y ambiental.
¿CÓMO SE MIDE LA DESIGUALDAD ECONÓMICA?
Existen diferentes formas de medir la desigualdad económica, cada una con sus ventajas y limitaciones. Algunas de las más utilizadas son:
El coeficiente de Gini: Es un número entre 0 y 1 que indica el grado de concentración de los ingresos en una población. Cuanto más cerca de 1, mayor es la desigualdad. Se calcula a partir de la curva de Lorenz, que representa gráficamente la distribución de los ingresos entre los individuos o los hogares ordenados de menor a mayor. El coeficiente de Gini es la proporción entre el área que queda entre la curva de Lorenz y la línea de equidad (donde todos tienen el mismo ingreso) y el área total bajo la línea de equidad.
A continuación, se muestra una tabla con los cinco países con el índice de Gini más bajo y los cinco países con el índice de Gini más alto, según los datos más recientes disponibles:
El índice Palma: Es la relación entre la participación en el ingreso total del 10% más rico y el 40% más pobre de una población. Se basa en la observación de que la desigualdad se concentra principalmente en los extremos de la distribución, mientras que la clase media suele tener una participación estable y similar entre los países. Un índice Palma de 1 significa que el 10% más rico y el 40% más pobre tienen la misma participación en el ingreso, mientras que un índice Palma mayor que 1 indica que el 10% más rico tiene una participación mayor que el 40% más pobre.
El índice AROPE: El índice AROPE es una medida de la pobreza y la exclusión social que se enfoca en tres dimensiones: el riesgo de pobreza, la privación material severa y la baja intensidad de empleo. Un índice AROPE de 0 representa una equidad perfecta, mientras que un índice de 100 representa una inequidad perfecta. Es el acrónimo de At Risk Of Poverty and/or Exclusion, y mide el porcentaje de personas que se encuentran en riesgo de pobreza y/o exclusión social en una población. Según el Informe AROPE sobre el Estado de la Pobreza en España, publicado por la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN), la tasa AROPE en España en 2020 fue del 26,4%.
En definitiva, el desigual reparto de la riqueza en el mundo es un problema grave y complejo, que requiere de una acción colectiva y comprometida de todos los actores sociales, políticos y económicos. Solo así se podrá construir un mundo más justo, más próspero y sostenible para las generaciones presentes y futuras.
No se puede dejar cabalgar a los “mercados” en solitario, no podemos permitir el establecimiento de una plutocracia mundial. ¿Alguien duda de la capacidad de esos mercados de generar desigualdad, hambre y pobreza? También han generado y generan guerras (Ucrania, Palestina), odio, racismo y xenofobia. O los estados intervienen y regulan esos mercados o los “chicos de Davos” alterarán el orden mundial y abolirán las democracias. Sí, bueno, democracias … liberales. Pero podemos hablar, opinar, escribir, …