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Sanidad o el Tea Party

                           

La Sanidad de financiación pública, universal y de calidad ha sido la base fundamental para el desarrollo del Estado de Bienestar y es uno de los pilares para asegurar la solidaridad y la equidad dentro de una sociedad. En España los niveles de salud se encuentran situados entre los mejores del mundo. Mantener y mejorar esta situación implica garantizar el carácter universal del sistema sanitario e incrementar la eficiencia del gasto y la calidad de las prestaciones. Será fundamental, para preservar e incrementar el buen estado de la salud de la población el reforzamiento de la Atención Primaria y la actuación coordinada con aquellas otras autoridades administrativas que garanticen una minoración de los riesgos para la salud (medio ambiente, ciclo del agua, accidentalidad viaria, etc.), así como incrementar la relevancia de las actuaciones en materia de salud pública.

En los últimos años se viene observando una tendencia generalizada de desprestigio y desmantelamiento de los sistemas públicos de salud; tendencia que los quiere privatizar en base a desarrollar una estrategia de convencer a la opinión pública de las ineficiencias y problemas de funcionamiento del sistema sanitario público. Por increíble que parezca, aquí se encuentra la base del Tea Party norteamericano, de la feroz oposición en USA a la «Ley para la Protección del Paciente y para una Asistencia Asequible» y quizá de la reciente «paliza electoral» recibida por Obama y el Partido Demócrata.

                 

No dejemos en el olvido que son los rectores de los aparatos sanitarios (gerentes de atención primaria, gerentes de hospitales, conselleiros y conselleiras, etc.) los principales responsables de sus resultados y de la generación de las situaciones que ellos mismos describen como consustanciales al propio sistema. Es falso, una gran mentira. A estas situaciones llegamos mediante la introducción de nuevas formas de gestión empresarial, que con la disculpa de innovar, de ahorrar, etc., lo que en realidad buscan es deteriorar la calidad de la atención sanitaria como paso previo a su posterior privatización. Un ejemplo nos lo ofrece la cruda realidad de estos días pasados: la revisión del decreto que regula el transporte sanitario elimina en su redacción el compromiso del SERGAS de financiar esta prestación. La más alta dirección de la Consellería de Sanidad abre así la posibilidad de que el servicio de ambulancia de urgencias y asistencial se reduzca en calidad de prestaciones y, además, sea de pago. Pudren la manzana y después la señalan como la culpable de pudrir al cesto.

Obviamente, el Servicio Nacional de Salud tiene márgenes de mejora en términos de eficacia y eficiencia. Habrá que reordenarlo para hacerlo funcionar mejor. El reto no es gastar menos sino gastar mejor realizando las cosas de forma correcta. Lo que no es permisible es que se incorporen técnicas de gestión «engañosas». La Organización Mundial de la Salud ya ha alertado acerca de importantes deficiencias en cuanto al cuidado de la salud, un encarecimiento de los costes y problemas con la gestión, todo ello derivado de la implantación de estos «modelos». No parece que esta voz de alerta venga de una institución identificable con los valores de la izquierda política.

Es preciso resolver los problemas reales de nuestro Sistema: recursos insuficientes, frenar un proceso privatizador desbocado, frenar un elevado gasto farmacéutico e incentivar el uso de genéricos, reorientar una inapropiada política de recursos humanos en el marco general del Servicio Nacional de Salud, dotar de mayor atención a la salud laboral, a la salud sexual y reproductiva, a una mayor perspectiva de género en materia de salud, lograr una investigación más enfocada a las necesidades de salud y fomentar la participación de los usuarios del sistema.

Todavía estamos a tiempo de salvar un sistema sanitario que está muy bien valorado internacionalmente por la relación calidad/coste de sus servicios y sobre todo por su carácter universal, gratuito y solidario.

Por otra parte, basta ya de odiosas comparaciones. Se me rebelan las entrañas cuando oigo a nuestros políticos hablar de «sanidad tercermundista». Poco o nada han leído o viajado este tipo de políticos, que además demuestran muy poco respeto a nuestros profesionales y a ciudadanos de países no tan afortunados como nosotros.

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